




Todos saben que desde la infancia sufro (créanme, no hay palabra más apropiada) TOC. Claro que en ese entonces ignoraba ser víctima de dicho padecimiento, simplemente creía que lo que hacía era normal. En la adolescencia llegué a pensar que estaba loca por completo, y hasta hace unos años todo cobró sentido.
Comenzó cuando era niña. Me aterraban los colores rojo y amarillo. El motivo: los asociaba con la sangre, el fuego y una muerte violenta, ni más ni menos. En la calle, era incapaz de pisar baldosas, boyas, líneas, de dichos colores. En la adolescencia todo giraba en torno a los pares. Por ejemplo, si se me antojaba una galleta, tenía que comer dos, si subía una escalera y al final el número de escalones resultaba impar, me regresaba uno para sumarlo. Vivía contando: árboles, mis pasos, perros en la calle, personas... Nadie lo notó en al menos seis años.
Lo que me pasa actualmente no es precisamente germofobia, sino obsesiones de contaminación. Apliquen el wikipediazo para evitarme el rollo mareador.
Ha sido la etapa de mi TOC más difícil hasta el momento.
Quizá lo que más me preocupa de mi condición, (así le llamamos para que no suene tan dramático) es que quienes conviven conmigo se ven obligados en ocasiones a modificiar sus hábitos, e incluso adquirir nuevos, en pos de mi tranquilidad. No acabaría de enlistar los ejemplos.
Para darles una idea de lo que les estoy hablando, me di a la tarea de seleccionar cinco de los peores momentos del TOC. ¡No se alejen de mi después de leerlos, por favor! Aunque sé que se verán tentados.
¡Bienvenidos a mi valle de lágrimas!
#5 Jamás toco la perilla de las puertas directamente, ni siquiera la de mi cuarto. Hago verdaderos malabares para conseguirlo. Como cuando empujo con el hombro la puerta del OXXO. Qué triste... Y es peor cuando se trata de entrar en contacto con tubo del autobús, he estado a punto de matarme varias veces. True story.
#4 Una mascota es de gran ayuda para la banda que padece TOC. La recomiendan como parte del tratamiento. Lamentablemente, en mi caso, no estoy 100% segura de la eficacia. Me negué a cargar a un pobre cachorro durante el trayecto nada breve hasta el veterinario. Ok, sí lo levanté un par de veces, pero lo sostuve estirando los brazos, jamás manteniéndolo pegado al cuerpo. Esto cuenta como maltrato animal, ¿verdad? =(
#3 Para bañarme necesito de tres esponjas diferentes, cada una con funciones específicas. No pregunten.
#2 Mi celular murió por sobredosis de Lysol. No hay más qué decir al respecto...
#1 Siempre he dicho que el TOC a veces me impide ser polite, llegas a ser hasta grosero en ciertas ocasiones. Les explico: tocar dinero también me conflictúa. El asunto empeora en circunstancias como las que relataré a continuación Resulta que un día me subí a un taxi. Al cabo de un minuto había entablado con el taxista la clásica conversación sobre el clima. No había mucho tráfico. En fin, todo iba bien, hasta que al hombre se le ocurrió rascarse la nariz... Y lo hizo no una, sino innumerables veces a lo largo del viaje. Entonces caí en la cuenta de que sólo traía un billete de cien pesos, lo cual implicaba que tendría que darme cambio, dinero que tocara después del repetitivo y desagradable gesto. El ataque de ansiedad fue inmediato. Construí un cucurucho de papel con una de las fotocopias que traía (poemas del romanticismo para que mis alumnos leyeran), y simplemente le dije (¡¡¡¡no quiero imaginar lo que pensó el pobre hombre de mí!!!!): "No toco dinero, ponga el cambio aquí por favor"... Y huí avergonzadísima. ¡Ya sé! soy una cretina =(
Me atrevo a compartir este tipo de cosas porque tal vez ayuden a alguien en la misma situació. De verdad te sientes solo cuando notas ciertos rasgos en tu conducta que quizá los demás no podrán entender.
Detesto que la gente crea que mi montón de manías son parte de un plan para llamar la atención, para hacerme la rarita. Es algo que no puedo controlar y con lo que intento sobrellevar la rutina, así como el hígado de un diabético no produce insulina, a mi cerebro le falta serotonina.
Otro pensamiento absurdo parte de todo este embrollo: mantengo firmemente la idea de que la gente que quiero está libre de todos esas cosas a las que temo. Por ejemplo, ayer tuve que sellar un pacto con el clásico escupitajo en la palma antes del apretón de manos. No me sorprendió haberlo logrado. Con una enorme sonrisa, eliminé el rastro de la viscosa y muy muy seria promesa de mi mano. Es sólo saliva, pensé frotando la palma contra mi vestido.
Lo sé, lo sé... Sé que esto podría resultar más asqueroso que todo lo que evito, pero insisto, es inevitable, inexplicable, funciono mal. Broken, totalmente broken.
Una de las indicaciones de mi asesor en la novela, fue que no intentara escribir la clásica road novel del tipo (valga la redundancia) On the road de Kerouac. En aquel momento prometí que no sería así, pero, para serles franca, me quedé con las ganas.
En esta ocasión, y mientras se me ocurre algo decente que postear, les comparto un fragmentito del capítulo 3, lo elegí porque encierra el leitmotiv de la novela: la huida, la búsqueda, y como siempre (al menos en lo que yo hago), el desamor.
Por cierto, aún no hay título, consulté algunas opciones con dos o tres individuos de la banda y es oficial: apesto poniendo títulos.
"Cigarrillo en comisura, lentes oscuros, sonrisa de imbéciles compartida a través del retrovisor. CD de Joy Division, uno más de Pulp, manzanas y galletas en una bolsa ziploc en la guantera.
–¿Volverás a escribir? –Renato miró de reojo las rodillas de Luisa. Había comprado en el pueblo un cuaderno de cubierta azul, un lápiz y una pluma de tinta negra–. Hazlo.
–Comencé con una lista de las cosas que haré en este viaje –le mostró la primera página, donde además había dibujado un gato espantoso.
Renato leyó la lista: sentir, respirar (ambas, muy hondo). Sonrió.
–Pase lo que pase, no debes olvidar ninguna –Luisa suspiró. Se recogió el pelo en la nuca con el lápiz, se sentó con las piernas abrazadas contra el pecho y comenzó a sentir y respirar… Se atrevía por fin. Y había sido tan simple: lavarse la cara, echarse el abrigo encima, confiarle al viento los cabellos y subir al auto–. No necesitamos más –le dijo a Renato y le quitó el cigarrillo de los labios.
Él ni se enteró. Abrió la guantera. La piel de una manzana crujió entre sus dientes. Ojalá fuera otra piel. Otra piel se habría derretido, le permitiría dejar huellas. Y pensando que algo de mujer quedó en el fruto desde ese fatídico primer día, mordía cada vez con más saña. Causarle dolor… No podía pensar en otra cosa.
–Hablarás tarde o temprano –después de besarse la punta de dos dedos Luisa le acarició la mejilla.
Y André. Al parecer, por lo menos ese día, sólo a través de espejos… Imaginaba que si lo tocaba lo rompería. Azogue a punto de herir, cicatriz de telaraña justo en el centro del pecho. Dormía en el asiento trasero, abrazado a sí mismo (falta de confianza, pensó Luisa recordando las propias palabras del pintor).
Renato la miró malicioso.